Dos mil diez y todos leemos lo mismo. Los doscientos años se respiran más cerca que nunca. Aquí es donde aflora el patriotismo en cada uno de nosotros, reconociéndonos como únicos e “irreparablemente” chilenos. Esta es la tónica de cada año al acercarnos al séptimo mes del calendario romano (de ahí su nombre, Septiembre). “Es momento de festejo, unión, reflexión y de proyección hacia el futuro”, dice la página web del bicentenario y, al parecer, nos lo tomamos bien en serio (sobre todo lo primero), haciendo de nuestras casas una fonda más para aprovechar los dos días de feriado adicionales de este año.
Ya desde hace unas semanas atrás caminando por Santiago comenzamos a ver cómo los niños salían poco a poco con sus volantines, aprovechando el clima y el viento tan característico de este mes, cómo las casas se van vistiendo de blanco, azul y rojo, y cómo se preparan los locales con sus guirnaldas, banderas y demases, cómo la gente se ve hasta más contenta, pensando en que se apronta el festejo. Pero no todos ven así este 18 de Septiembre, ya que también hemos visto (o al menos leído) muchas opiniones, muchas columnas en las que cada autor se pregunta “¿Qué estamos celebrando? ¿Acaso el Chile moderno, cada vez más lejos del país independiente que hace dos siglos nos regalaron los próceres de nuestra patria? Pues estamos mal, ya que sentimos un exceso de felicidad sobre una realidad que no nos toca a todos”.
Y estoy totalmente de acuerdo. Este año hemos visto la cara menos amable de nuestro país. La ausencia de una buena educación antisísmica en uno de los países más sísmicos de mundo, el descaro de la gente del sur “necesitada” de LCD’S, plasmas, zapatos, radios, mp3, etc., mientras otros no tenían más que lo que llevaban puesto, la mala fiscalización de las mineras de nuestro país, incluyendo la explotación de múltiples almas que no saben más que de trabajar la tierra a kilómetros de profundidad del suelo, ese suelo que (la mayoría de nosotros) pisamos y, por qué no decir, la falta de capacidad política del gobierno para solucionar el problema mapuche. Y así, podríamos seguir enumerando los errores descubiertos. Se dice que el Bicentenario es el espacio ideal para reflexionar sobre lo que se ha hecho bien y lo que se debe cambiar y mejorar en los próximos años y es en este espacio en el que tomamos la palabra y nos damos cuenta de que aún es mucho lo que nos queda por mejorar, y el camino se hace más largo aún al hablar de igualdad.
En 1961, Víctor Jara escribió Canción del minero. “Minero soy/A la mina voy/A la muerte voy/ Minero soy/Abro, Saco, Sudo, Sangro/Todo pa’l patrón/Nada pa’l dolor…”. ¿Es posible que hasta el día de hoy esta sea la realidad de muchos en este país? El Chile de hoy es un Chile que sigue siendo centralizado, concentrando la mejor educación, los trabajos mejor remunerados y los avances de la modernidad en sólo un 5% de su territorio. El otro 95% lo comprenden las pequeñas y medianas empresas de este país, pescadores artesanales, temporeros, mecánicos, trabajadores subcontratados, entre otros.
Hace unos días, la Cámara de diputados aprobó un Proyecto de Acuerdo que solicita al Presidente el envío de un proyecto de ley que entregue un “Bono extraordinario Bicentenario” a los funcionarios públicos que deban cumplir turnos de atención en servicios básicos durante los feriados de 19 y 20 de Septiembre. Quién sabe, quizás con esto alcance para seguir callados, para que nadie reclame sus derechos como trabajador y más aún, como humano. Esto no es progreso. Si realmente se pretende mejorar Chile, hay que realizar cambios, verdaderos cambios. ¿De qué nos sirve que el comercio suba tanto por ciento cada mes si la realidad del trabajador no cambia? Tantas veces hemos escuchado lo mismo y cada vez que lo escuchamos nos preguntamos (al menos yo) qué hacer entonces, si hay algo en lo que podamos contribuir.
En los últimos años, el mercado laboral en Chile se ha caracterizado por una mejoría a causa de una fuerte creación de empleo asalariado y una caída en las tasas de desempleo. Con esta noticia nos bastaría para quedarnos tranquilos, pensando que nuestro país va de bien en mejor. Pero nadie se pregunta qué pasa con los trabajadores independientes, quienes trabajan más horas de lo habitual para sumar cada mes un monto de dinero mejor que el mes pasado, teniendo al sacrificio como única salida para surgir. Y es verdad. Por esta razón, hay muchos que se quedan en el camino, al darse cuenta de tanta burocracia y papeleo que conlleva trabajar de forma independiente, debiendo buscar un trabajo del cual reciben el salario mínimo para alimentar, vestir, educar, transportar y proteger a su familia. Y para qué hablar de la gente que tiene que sacar a sus hijos a la calle, ya que el dinero no alcanza.
Caso aparte es la participación femenina en el mercado laboral chileno. A pesar de un incremento experimentado en la última década (de un 4% entre 1997 y el 2006), la participación femenina en Chile sigue siendo la más baja de la región, respecto a países de similar nivel de desarrollo socioeconómico, como Uruguay y Argentina. Lograr la igualdad de género económicamente hablando, tomará años ya que no sólo se necesita de acciones o avances legales, sino que lo primordial es un cambio de mentalidad en el que se comience a dejar de lado el pensamiento de que la mujer debe quedarse en casa como dueña de hogar, cuidando de los niños, que para eso está destinada. Incluso en el acceso al poder prima este pensamiento. Un ejemplo de esto son las mujeres en el parlamento nacional muy inferior al número promedio de América Latina. Sin duda, la elección de la primera mujer presidenta en la historia de Chile es una clara expresión de un cambio cultural, y más aún, un mayor reconocimiento a las capacidades femeninas para asumir y ejercer el poder, pero ¿de qué sirve si a pesar de esto y de que las mujeres en este país tengan más educación que los hombres, existe una clara discriminación en materia de remuneraciones y de contratos en puestos directivos?
Ahora en algo estamos de acuerdo. Este no es el Chile que queremos.
Hasta el momento han habido avances, pero tomando en cuenta que hablamos de un 95%, esto no es suficiente.
Este bicentenario ha sido la excusa perfecta para muchos cambios en distintas materias nacionales, llámense indultos, becas, reconstrucciones de centros culturales, etc. Sin embargo, aún faltan cambios para acercarnos un poco más a la ensoñada igualdad de este país, o por lo menos, acercarnos a una buena vida, a una vida digna para nosotros y cada uno de los que nos rodea.
Si el Gobierno no se pronuncia, no nos quedemos con los brazos cruzados, ya que tarea importante es la de nosotros de cambiar la mentalidad de este país, no sólo en materia de género sino también respecto a nuestros trabajos y de que con esfuerzo, tal como nos reconocemos y decimos caracterizarnos los chilenos, todo se puede lograr, más aún si tenemos a una familia como motor de superación.
Chile ha logrado tanto estos 200 años que, por lo mismo, no nos debemos conformar. El camino a seguir está en nuestras manos. Lo único que nos exige es constancia y compromiso con este trabajo país, ya que es una labor de todos lograr un lugar sano y limpio donde vivir, en el que se respire igualdad, pero más que nada, buena vida. No nos dejemos llevar por el momento, paremos un rato y pensemos en las próximas generaciones y en el país que les estamos dejando ya que no todo está en manos del gobierno.
Pero, a pesar de todas las críticas que puedan nacer a partir de este bicentenario, a pesar de tantos errores cometidos y que aún no se arreglan, yo me pregunto, ¿acaso no merecemos un momento de celebración para, al menos por unos días, olvidar el presente, el pasado y el futuro, y disfrutar de esta fiesta, de (hoy más que nunca) nuestra fiesta chilena?. Según yo, por supuesto que sí ya que aunque nada cambie después de el lunes 20, habremos disfrutado de este bicentenario y quién sabe, quizás hasta nos sirva de aliento para seguir creciendo.
Para muchas familias esta fecha es una de las pocas que les alegra la vida. Quizás no la celebran con asados o elevando volantines y cometas, ya que les basta con colgar una bandera chilena en una esquina de su casa, en representación de la esperanza, libertad y proyección que tanto anhelan. Hagamos de esta fiesta un espacio para compartir felizmente junto a nuestros cercanos, sin olvidar el gran reto que tenemos por delante. Esto tampoco se trata de cerrarnos y decir que no celebraremos nada porque nada hemos ganado. Pensemos bien las cosas y aprovechemos este momento, ya que, a pesar de todo lo que digamos, de todo lo que pensemos o critiquemos, a pesar de la ideología política o religiosa a la que pertenezcamos, como siempre terminaremos bailando por lo menos un pie de cueca, bebiendo una dulce chicha y, por supuesto, gritando un inconfundible e irreemplazable ¡viva Chile!
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