jueves, 6 de enero de 2011

"Lo humano grabado en algún video casero" por Carolina Rojas 4ºD Colegio Piamarta



Ya que se nos viene el Bicentenario de Chile, es decir, nuestro bicentenario, y también de un considerable número de países latinoamericanos que se unen a esta celebración, comenzamos a sentir esos olores de dieciocho tales como las repetidas notas del noticiario, comerciales de los más conocidos supermercados, avisos publicitarios, promociones, en fin. No, no los olvidé. No podemos olvidar los queridos, pero un poco gritones comerciantes inundando las calles con banderas chilenas, gorros de huaso y adornos para los autos, además de las señoras del barrio comentando todo el día de manera exhaustiva lo que harán para estas fiestas patrias 2.0.

Chilito se revoluciona mientras mi cerebro se revuelve, saliendo a la luz mil reflexiones, cuestionamientos, la mayor parte de ellos pesimistas; pero sabemos que la vida es dulce y amarga, eso es lo que la hace divertida, por lo menos para mí, porque logra equilibrar esa rara balanza del alma. Y una pregunta escondida hace un par de tiempo se asoma tratando de sintetizar este revoltijo de ideas: ¿tenemos algo que celebrar? Esta pregunta se asoma por una simple razón. Bueno, debido a la gran expectativa que tiene cada país sobre sí mismo. Sobre sus avances logrados a través de un sinnúmero de comparaciones con el pasado, concepciones de lo primitivo que fueron, el gran pero inexplicable orgullo de lo que son y lo que desean ser. Es muy habitual en nosotros los chilenos tener más expectativas de las debidas, el “creernos el cuento” pensando que todo está bien, todo marchando viento en popa.



No creo que seamos el único caso en el mundo. Esto corresponde sin duda a una característica propia del ser humano encerrado en su perseverante esperanza y positivismo, muchas veces sustentada en alguna religión. No pretendo alejarme demasiado del tema, mejor seguiré con mi idea principal. A lo que quiero llegar con todo este despilfarro de palabras es a mi humilde forma de vernos.

¿Cuándo comenzamos a creernos todo este cuento de ser un mejor chileno, un mejor país de niveles mundiales? Lo más probable es la responsabilidad que recae sobre la llegada de la tecnología a nuestras manos. Allí vimos que estábamos cada vez más cerca de los europeos y los norteamericanos, nos acercábamos mucho más a una “mejor vida”, una de calidad. Convertirnos en ellos y tomar gran parte de su cultura viene a ser el gran sueño latinoamericano. Incluso el comienzo de nuestra historia como república independiente proviene de ideas liberales e ilustradas exteriores de aquella época. Aquella tradición perdura y perdurará hasta que nos demos cuenta lo que valemos como una distinta y rica cultura con formas únicas de ser, de sentir. Aparte de todo esto, tengo un problema con el cómo se mide el desarrollo. O sea, toman importancia al aspecto económico, con suerte el político y qué decir del social. Me pregunto dónde se lo guardan. Les es más importante cuánto gana una persona en vez de cómo es su desarrollo interior. Juran que los avances económicos van de la mano de los avances sociales.

Como chilenos nuestro país ha dejado de lado lo humano para adoptar en un primer plano lo tecnológico, lo nuevo y extranjero. Todo este desplazamiento de lo nuestro comenzó de a poco, paso por paso. Primero fueron los televisores, los cuales hicieron vivir momentos inolvidables a nuestros padres y abuelos como la llegada del hombre a la luna o el mundial del 62; les hicieron sentir una conexión con el mundo, una nueva manera de sentir su forma de vida. Luego, vino el turno de los computadores; nos hicieron preguntarnos cómo una máquina podía adquirir un grado de inteligencia superior a un animal, cómo era posible que una máquina fuera capaz de almacenarnos información, mantenerla segura, ordenada y eficaz. Terminando con la revolución tecnológica que significó el/la Internet, siendo la pieza final, parte de la culminación de nuestra inserción al mundo, a una conectividad mundial, a un tipo de “igualdad” con los grandes (já!). Quiero que quede claro que la tecnología no es el problema, sino los que no la utilizan de la mejor forma. Ellos son los detonadores, son los principales actores en esta situación. Quienes olvidan que las cosas son cosas, es decir, seres inanimados sin comprensión ni capacidad de generar una verdadera relación con un ser humano, quienes no toman conciencia de las personas a su alrededor, no llega a su mente la idea de que somos mucho más que una cafetera, un televisor o un celular. Sin embargo es un hecho el que las nuevas tecnologías nos permiten conocer personas, realidades del otro lado del mundo, abrir nuestra perspectiva o bien nos permiten mantener el contacto entre conocidos, cosa un poco imposible en años anteriores cuando no existían ni siquiera los números telefónicos.

Cuando usamos la tecnología de mala manera nos vamos alejando, desplazándonos los unos de los otros, como si a nadie le importase. Así se olvidan que el hombre fue el creador de tales aparatos; por consiguiente, él los utiliza. Pero aquí parece suceder lo contrario, cuando hemos puesto primero al objeto y no al sujeto. Además el tiempo es mucho más corto ahora y las cosas cada vez más simplificadas, al igual que nosotros y las relaciones que formamos. La verdad es que las mejoras han cambiado nuestro ritmo de vida. No nos deja en paz esa sensación de rapidez en cada cosa que hacemos, compramos y comemos. Tengo una sensación constante de estar rodeada de envases sin cerebro.

El consumo en los viejos tiempos correspondía a suplir necesidades básicas; en la actualidad el consumo nos muestra su peor cara con un objetivo de placer fugaz. Esencialmente que todo sea rápido, vienen y van, nacen y mueren. Sobre todo el efecto de el/la Internet quien nos provoca una adicción a la rapidez, queremos todo ya sin retrasos ni fallas. Queremos cosas fáciles de utilizar o si no no valen la pena. En los últimos años ha tomado valor lo que está al alcance de nuestras manos, lo vecino. Esto mismo nos absorbe, por eso palabras como paciencia, perseverancia y esfuerzo no tiene el mismo valor para todos. Probablemente pensarán que son características de algún idiota que no sabe moverse en la nueva dinámica que nos rodea.

Nos hemos convertido en especialistas de destrozar lo viejo y desechar lo nuevo. Con respecto a lo nuevo, puedo asegurar que todo lo que usamos  debe por alguna razón ser desechable. Es debido a esto de usar y botar que nos alejamos cada vez más de las relaciones; algunos confunden estas relaciones pasajeras que un sujeto tiene con un objeto con la normalidad y la asumen como algo que se debe hacer en una relación entre sujeto y sujeto, entre ser humano y ser humano. Los chilenos parecen no tener un objetivo claro, me doy cuenta porque no se preocupan más que en lo que tiene el vecino, el compañero de trabajo, el país de al lado, las sociedad de otro continentes, una lista de nunca terminar debido a la ambición interior que tenemos tan arraigada. Siempre querremos más y ahí están los nuevos aparatos para suplir una necesidad que debería ser suplida entre nosotros. Caen fácilmente en aquel tramposo juego que juegan los grandes, lo que esperan convertirse algún día.

La feroz individualidad crea esas murallas que separan a las personas y las sociedades; llamamos de inmediato a la soledad a que nos acompañe, ya que si quiero todo para mí, los demás ya no me son útiles, incluso mi familia puede quedar en segundo plano. Cuando el mundo es sobre las individualidades y la competencia, lo humano se deja de lado siendo reemplazado por los objetos…inanimados, desechables, posesivos, sin sentimientos. Inanimados, porque son sólo material sin vida ni movimientos propios. Desechables, pues se usan y se botan, tiene fecha de expiración. Posesivos, para los débiles que su vida gira en torno a las cosas. Y sin sentimientos, creo no tener que explicarte esto.

El gran debate entre las personas ha sido el consumismo que crece año tras año, aún más con los medios masivos. Debido a aquello el ser humano del siglo xxi puede ser llamado una sociedad industrial en donde todo es masificado, siendo así las cosas creadas con un solo propósito: divertir, esto es mantener nuestras mentes ocupadas en los objetos, olvidándonos de nuestra esencia, de lo humano, lo bonito de nuestro origen. Dejando de lado miles de problemas, injusticias y verdades ocultas ante los ojos de aquellos quienes caen en este ciclo vicioso-asqueroso. Esa gran mayoría se ha preocupado de avanzar en el exterior olvidando el necesario avance espiritual. De verdad parece que las cosas cada vez evolucionan para apoderarse de nuestras planas vidas.

Aquí nacen los grandes contrastes del hombre y la sociedad. Poseemos enormes cantidades de riquezas, el problema sigue siendo el mismo, la mala distribución. En algunos lados disfrutan de grandes lujos, mientras en otro las personas viven en la miseria y mueren en la hambruna. También hemos adquirido un sentido de la libertad, sin embargo, seguimos con nuestras formas de esclavitud social y sicológica. Soy testigo de estar en una realidad con una variada gama de avances y un retroceso espantoso en el aspecto humano. ¿Tiene valor lo logrado por tan caro precio a pagar? Si hasta nos hemos dejado de mirar ¿será por vergüenza?, ¿no nos interesa? o simplemente ¿no nos damos cuenta? Si fuera por vergüenza debería ser una por el monstruo en el que como sociedad nos hemos convertido y no una por reconocernos en las calles de Santiago. ¿No nos interesa? Yo creo que sí nos interesa, pero no sabemos el qué hacer y el cómo hacerlo. Tampoco es una tema de no darse cuenta, porque hasta un ciego nota la existencia de su alrededor.

Estos contrastes me aburren y en realidad no se qué se podría hacer. Parece un cáncer o un sida. No tienen cura ni causa, ya están siendo asumidos como algo normal, un camino más del destino. Otros dirían lo que dios quiere. Si fuera así dejan a dios como un cerdo injusto (allá ellos). Es que de verdad esto ya sobrepasó mi entendimiento. No entiendo cómo otras personas iguales a mí, a ti, pero que tienen el poder de hacer, algo no lo han hecho. Pero claro, si están preocupados de sí mismos, de su próximo vuelo, su siguiente reunión, el auto que comprarán, dónde irán este verano.

No es una situación de los nuevos tiempos, se gesta hace miles de años. La diferencia es que los hombres poderosos de la actualidad hablan mucho pero no hacen nada, son una contradicción caminante. Juran por sus vidas que se comprometen con las causas sociales, pero la verdad es que les importa un carajo.

¿Por qué  no volver a lo natural? Tener una vida donde nos conectemos con nuestro entorno, aprender a respetarlo. Hay cosas que olvidamos, esta es simple…Que alguien reconozca cierta cosa no significa que la comprenda. Por eso leamos, conversemos de cosas más relevantes que el programa de T.V de la tarde. Aunque parezca imbécil y agotador pelear contra aquellos que no creen en los demás y tampoco en ellos mismos, porque les resulta más fácil esconderse tras maquillaje, ropa cara, autos deportivos, joyas, propiedades, sus finos lujos, sigo creyendo que mi país el cual pone más atención a las banalidades y lo chabacano que a lo esencial necesita reflexionar. Conversar este tema, tomar conciencia de la metamorfosis que sufrimos ad portas del bicentenario.

A veces por las noches cuando me encuentro sola me pregunto si el mundo seguirá igual de manoseado y cagado en 100 años más. Y no creo que cualquier otro tipo de desarrollo, aparte del social, ayude. Me pregunto cuándo será la era donde los encuentros de carne y hueso, de palabras que salen en el momento, escuchadas por nuestros oídos y guardadas en nuestra memoria sean valorados, sean ejes de una nueva fase de evolución. Pero todo esto trae consigo una autocrítica. Debo reconocer que muchas veces me cuesta salir de mí misma; por lo mismo intento usar el lápiz y el papel para hacer algo al respecto. Ya no quiero ser más parte de ese porcentaje de personas solitarias, poco expresivas,  encerradas en su mundo. Los años pasan volando y la mejor manera de vivirlos es disfrutándolos con otras personas. Crear aquellos momentos inolvidables, impagables.

Un día aprendí que la humildad es el mejor valor que el hombre y la mujer pueden tener, pues demuestra lo conscientes e inteligentes que son, ya que tomamos conciencia de qué somos en realidad. Necesitamos como nación valorar las tradiciones, nuestros orígenes, no aparentar y mirarnos a los ojos, que nos cuesta bastante. Deseamos la libertad y vida plena mientras las naciones intentan universalizarla, homogeneizándonos como una gran masa fácil de manejar.

Ahora tengo que citar esto: “Cuando el poder del amor sea más grande que el amor por el poder el mundo conocerá la paz”. Lo dijo Jimmy Hendrix. Tiene bastante razón. Esta frase llegó a mí de manera inesperada, sin razón. Creo comprender el por qué lo capté y me quedó gustando. La cosa es que supe cómo aplicarla a nuestra realidad, me alegró de cierta manera el saber que entre algunos y yo no hay tantas diferencias, que todavía quedan personas preocupadas. La considero una solución ideal para un problema real.  

Una última reflexión…¿Cómo no valorar un paseo, una conversación, una cena, un silencio, una familia, una oportunidad, un amigo, un tiempo, una discusión, un amante, una canción, un libro, una duda, un baile, una mascota, un maestro, una dificultad, un buen rato? Por mi parte puedo reconocer la palabra felicidad envolviendo estas simples situaciones. Espero que esta metamorfosis de un sujeto en objeto no perdure en el tiempo. Que no me llegue el día de transformarme en objeto dejando lo humano grabado en algún video casero.

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